¿Ha tenido que visitar a un sobador para que le devuelva a su lugar un dedo desmontado? Son maestros del engaño: lo entretienen con alguna historia, lo desconciertan con preguntas, lo hacen reír y para cuando el dedo está montado, no queda tiempo para asustarse ni sentir dolor. Algo parecido ocurre con la realidad virtual.
Los avances de la tecnología son tan sorprendentes, que con una simulación de escenarios reales, en tres dimensiones, la persona se siente introducida en un ambiente artificial, basada en estímulos de los órganos sensoriales que lo sustraen del miedo y el dolor.
¿A dónde lo pueden llevar ese visor –conectado a una computadora o a un teléfono inteligente- que lo hacen ignorar que se encuentra en la mesa de un quirófano?
Imagine nada más un mundo donde está jugando a tirarles pelotas de nieve a los pingüinos, nadar junto a los pececitos de colores en un remanso de las profundidades marinas; darse un viajecito en un carrito de golf por el planeta Marte o, en fin, viajar por parajes placenteros arrullados por los cantos de la naturaleza. El miedo y el dolor “virtualmente” desaparecen.
La realidad virtual no es nueva; es una de las mil y una vertientes de la tecnología, desarrolladas por el hombre para facilitar las actividades cotidianas. El tema viene al caso por su incorporación reciente a los servicios que brinda la Unidad de Cuidado Integral del Niño Quemado, del Hospital Nacional de Niños de Costa Rica.
Las gafas, que de alguna manera nos hacen recordar los caleidoscopios que nos causaban tanta satisfacción cuando niños, han demostrado ser un instrumento que distrae la atención de los pacientes y les evita el dolor o el temor que les puede provocar la punzada de una aguja.
Es un instrumento que llega en auxilio de los especialistas que deben aplicar anestesia, mientras al paciente le llega el estado de tranquilidad que se necesita durante una intervención quirúrgica, o cuando se necesita descubrir la parte del cuerpo sometida a cirugía por primera vez.
Desde esa perspectiva, tanto los pacientes –niños o adultos- como sus familiares y el personal hospitalario llevan las de ganar. Pero, más que ello, la realidad virtual viene sirviendo en muchas disciplinas médicas, con resultados grandiosos.
Por ejemplo, hace algunos años, los médicos dependían básicamente de los rayos equis, para el diagnóstico de fracturas y tumores. De los rayos equis se saltó a la tomografía axial computarizada (TAC), que ofrecía la visualización en dos planos, con una separación de cinco milímetros entre sectores del cuerpo. Y ahora, es posible obtener una imagen tridimensional, mediante un proceso conocido como “estereotaxis volumétrica”.
Así avanza la tecnología de la realidad virtual; así en la ginecología y en la cirugía reconstructiva oncológica esquelética; así en la cardiología y ¿será posible?… en el tratamiento del alcoholismo.
Las aplicaciones de realidad virtual en los hospitales son tantas y tan variadas, que vienen ocupando un lugar cada vez más preponderante en la medicina y, en ese mismo ámbito, en la felicidad de los seres humanos.
El uso de la realidad virtual en la medicina –y en otras ciencias- es cada día más confiable; y apenas está empezando. Aunque, en el caso de un dedo zafado: ¿Será mejor sumergirse en el mundo virtual del visor computarizado o ir y escuchar las historias de don Rafael, el mejor sobador del barrio?